Rosa Mari Dorado Vidal

Aún resuena en mi memoria el eco de risas y la preocupación de mi madre mientras buscaba por la casa de la abuela en mi pequeña aldea gallega. Mientras tanto, yo, con apenas 3 años, me encontraba feliz y tranquila, explorando la huerta y recogiendo fresas. ¡Qué libertad y alegría nos brinda la vida en la aldea! Son recuerdos que siempre atesoraré: las cálidas palabras de quienes allí vivían, las risas compartidas, los aromas de las sábanas frescas, el café que perfumaba la cocina de hierro, y el andar seguro de mis abuelos y tío en su quehacer diario.

Otro capítulo de mi infancia me transporta a una imponente casa en la que vivíamos, propiedad de la dueña de una empresa especializada en relojes de lujo. Desde la ventana del salón, admiraba el manto blanco que cubría los paisajes del Jura suizo. Las campanas de las vacas, las tardes de esquí y patinaje, el colegio y los juegos con mis amig@s de la infancia quedan grabados en mi memoria. Además, recibíamos postales de todos los rincones del mundo gracias a la propietaria, Madame Piguet, una políglota que hablaba 9 idiomas. Fue allí donde empecé a soñar con explorar el mundo, aprender distintas lenguas y sumergirme en la belleza de nuestro planeta.

Mi amor por el turismo y la comunicación siempre ha estado presente…

La vida se compone de innumerables momentos, pero dos de ellos son cruciales para entender quién soy y cuál es mi propósito. En la adultez, decidí regresar a Galicia durante un tiempo prolongado para reconectar con mis raíces y disfrutar del tiempo con mis abuelos. Sin embargo, para sorpresa de mi familia, decidí echar raíces.